La objetivación y asimilación de los intereses corporativos
- Alejandro Mendoza
- 16 may 2016
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La Real Academia Española describe fraude como “acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete”. Con esta definición, tocaría preguntarse dónde cabe la exención de culpa que esgrime el adjetivo “inocente”. La respuesta a esta cuestión la desgrana el renombrado economista John Kenneth Galbraith en el libro La economía del fraude inocente: La verdad de nuestro tiempo. Un ensayo que desenmascara los entresijos de la economía contemporánea, detectados tras más de setenta años de estudio. Unos fraudes aceptados y ante los que se actúa a su merced.
El primero de estos engaños es el nombre del propio sistema económico. El término capitalismo se cargó de connotaciones negativas tras la Gran Depresión de los años 30. Se centró el poder en el capital, relacionado con los grandes magnates, la explotación y el fracaso económico. En su lugar, se optó por el concepto de sistema de mercado, una denominación insulsa a ojos de Galbraith, pero que situaba el centro de operaciones en la relación entre empresas y consumidores, en el juego de la oferta y la demanda. Este cambio de nombre blanqueaba la imagen de un sistema que continuaba sin modificar ninguno de sus aspectos más polémicos y dañinos.
Actualmente, pues el libro data de 2004, la palabra capitalismo ha vuelto a escena a causa de la crisis económica iniciada en 2008. Al menos en los medios de comunicación y en la política –en el ámbito académico se desconoce–, se ha recuperado esa denominación para ponerla en el centro de la diana. A su vez, el concepto de sistema de mercado también queda denostado por su vacuidad y porque se relaciona con una autoridad invisible de especulación y desmanes financieros.
Los paralelismos trazables entre el análisis de Galbraith y la realidad de hoy en día son constantes, máxime en un contexto de crisis económica que ha sacado a relucir las vergüenzas de muchas empresas en el pasado. Uno de los fraudes más desarrollados es el del escaso poder de los propietarios en las empresas. Los accionistas son manipulados por la dirección para aprobar decisiones ya tomadas. Así, el poder de los directivos es ilimitado y se da pie a los escándalos corporativos. En España, esto es visible en las indemnizaciones que se autoimpusieron los directivos de las cajas quebradas, algo que también sucedió en Estados Unidos según relata el autor.
Otro de los fraudes recurrentes en el libro es el de la falsa distinción entre sector público y sector privado, pues su frontera es cada vez menos visible. Según el exprofesor de Harvard, la influencia de las grandes corporaciones en las administraciones es un hecho notable y pernicioso. Confundir y confluir los intereses de ambos sectores sólo puede ser bueno para el provecho privado. En Estados Unidos, la política militar, por citar un ejemplo, la dictan las compañías armamentísticas, a las que sólo les falta un despacho en el Pentágono. Volviendo a nuestro país, las puertas giratorias reflejan la estrechez en los vínculos entre las grandes multinacionales y el poder político.
Uno de los puntos que remarca el ensayista es el carácter impredecible de la economía. Aun así, no son pocos quienes tratan de vaticinar qué pasará, qué decidirá cada uno sobre su dinero. Contra estos carga Galbraith con dureza por tratar de influir en el curso de los hechos y sacar partido de ello. “Es difícil desmentirlos cuando presentan cálculos llenos de complejas ecuaciones y cuando han acertado alguna vez”. La crítica se recrudece cuando los augurios van ligados a intereses privados y ambas partes salen ganando con invenciones falsas. Ese nocivo nexo se desnudó a finales de 2007 con un caso escandaloso: la calificación de los bonos basura de Lehman Brothers como AAA, riesgo inexistente, por parte de Standard & Poor’s. La prevaricación de la agencia fue evidente, pero sirvió para beneficiar a algunos especuladores privados. Nuevamente, el autor advertía de algunos de los peligros del sistema que nadie corrigió.
Este caso refleja la necesidad de una regulación férrea que limite el poder de las corporaciones. Así lo escribe Galbraith, que pese a desmantelar toda esta serie de fraudes, defiende el mundo corporativo como un rasgo esencial de la vida económica moderna. Las instituciones deben vigilar la conducta privada para evitar que el poder que posee le lleve a “comportamientos socialmente indeseables”. En el caso español, es vox populi que la supervisión del ámbito financiero fue laxa en el momento previo a la crisis, como se observa en la caída de la mayoría de cajas de ahorros y la entrada a bolsa de Bankia. Rodrigo Rato tocando la campana.
Hasta este punto, los hechos relatados podrían entenderse simplemente como disfunciones de un sistema lleno de altibajos. Sin embargo, Galbraith habla de fraudes inocentes. Como se ha visto, se trata de engaños que el sector corporativo ha ido tejiendo durante décadas para imponer su voluntad en la economía. La inocencia que llevan de apellido se debe a que “quienes participan en él no los reconocen explícitamente como tales”, remarcando el autor que “éstos no experimentan sentimiento de culpa o responsabilidad”.
Aunque el autor no lo comenta en la obra, esta creación del discurso económico por parte de un sector de poder, el de las corporaciones, es perfectamente comparable a la teoría del constructivismo social de Peter L. Berger y Thomas Luckmann, expuesta en las obras Invitación a la sociología (Berger, 1963) y El constructivismo social: La construcción social de la realidad (Berger y Luckmann, 1966). En este caso, en lugar de la realidad, se da forma al pensamiento económico dominante. Según estos dos sociólogos, el mundo que conocemos se construye con un proceso a partir de ideas. Una idea subjetiva es exteriorizada por una persona. Esa idea, mediante la repetición de una acción–institucionalización- y al generar conocimiento a su alrededor –legitimación- consigue ser objetivada. En este punto, se procede a la interiorización, que es la introducción de la idea en la mente de cada individuo. Cuando este proceso finaliza, se produce la socialización. Es decir, se asume de manera personal algo que aparece como objetivo pero que en realidad es una construcción subjetiva de otra persona.
El sistema económico actual se construyó igual. Las corporaciones exteriorizaron sus intereses y su visión y consiguieron que parecieran objetivos. Luego, sólo tuvieron que conseguir que el resto de la sociedad interiorizara ese modelo y actuara en él asumida su legitimidad. De esta manera, como dice Galbraith, “determinado punto de vista sobre la vida económica no aparece como creación de un individuo o de un grupo en particular sino como algo natural e incluso justo”.
Para cerrar el libro, el autor reflexiona sobre el ser humano y su progreso. Critica que se use el PIB como indicador del desarrollo social y lamenta que el avance de la humanidad esté dominado “por una crueldad inimaginable y por la muerte”. Con esto, concluye que “los problemas económicos y sociales pueden hallar solución con pensamiento y acción, pero la guerra continúa siendo el peor de los fracasos humanos”.
Ficha del libro:
Nº de páginas: 112 págs.
Encuadernación: Tapa dura
Editorial: CRITICA
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788484325697
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